La conocí en una ONG

Empecé a visitar ese barrio pobre cuando en plena adolescencia comencé a sentir ganas y la necesidad de ayudar a otros. Estuve muy comprometido con esa actividad durante varios años y sentía que ese era “mi territorio”. Muchos eran los chicos y chicas que iban y venían a lo largo del tiempo, pero el núcleo de los que íbamos siempre, todos los sábados, era estable. Nos sentíamos muy unidos y muy a gusto entre nosotros. No necesitábamos más.

Hasta que cierto día llegó Patricia, una nueva colaboradora. Debo reconocer que al principio no me cayó nada bien. Ella venía designada por la ONG que coordinaba nuestro trabajo y su función era ayudarnos a ser más eficaces. Su aire de suficiencia y su función de coordinar cosas… ¡no lo soportaba! Además sentía que venía a robarnos “nuestro” trabajo. Pero a pesar de estas “molestias” que nos provocó al principio, rápidamente se ganó a todo el mundo con su simpatía y su verdadero interés en colaborar y ayudarnos. Resultó ser una persona agradable, buena gente. Y nos dimos cuenta de que, en realidad, lo que aparentaba ser autosuficiencia, en el fondo era que Patricia escondía una gran timidez.

Me costó mucho sacarme los prejuicios y empezar a tratarla de manera normal. Tuve que aprender a mirar las cosas de manera diferente. Bueno, “normal, normal” nunca la traté porque en el fondo tenía que reconocer que me gustaba (aunque odiaba la idea de tener que admitirlo). Al final, casi a regañadientes, acepté que me gustaba mucho estar con ella... no dejaba de pensar en ella. Con el tiempo, y compartiendo cada vez más los mismos intereses, nos fuimos haciendo amigos… muy amigos… demasiado amigos. Fueron tiempos intensos, hasta que pude ver con claridad lo que quería: salir con ella como novios. La verdad es que lo que me hizo tomar esa decisión finalmente fue ver cómo trataba ella a las personas que necesitaban ayuda. Pienso que con ella sí podría seguir toda mi vida.